Sin duda alguna, la palabra “pandemia” se ha convertido en uno de los términos del ámbito médico de mayor uso en el lenguaje popular; sin embargo todavía existe en el público general una percepción distorsionada de este concepto; entendiéndose en algunos casos que hablar de pandemia es hablar de las enfermedades más peligrosas y letales de todo el espectro de la salud, y las únicas merecedoras de toda la atención y recursos. Sin embargo, durante mucho tiempo ha existido un enemigo persistente, que permanece constante en su amenaza y que se ha beneficiado de la subestimación de esfuerzos que la población utiliza para combatirlo; este enemigo constante de la humanidad es el cáncer.
El cáncer continúa siendo la primera causa de muerte a nivel mundial, siendo responsable de aproximadamente 10 millones de todos los decesos, representando esto 1 de cada 6 defunciones. Por si esto fuera poco, el daño del cáncer no se limite a las personas que por su causa mueren, ni siquiera a aquellos que lo sobreviven aún a costa de perder partes de sí mismos, la extensión de su perjuicio alcanza a aquellos que permanecen cerca de quienes lo padecen.
Cuidar a alguien y darle apoyo en estas circunstancias puede ser una verdadera tarea titánica. Muchas veces aquellos que se encargan de atender con esmero a los enfermos dejan a un lado sus propias necesidades y sentimientos para enfocarse en la persona con cáncer. El estrés de estas exigencias puede causar problemas de salud serios como trastornos del sueño y cambios en el apetito; con preocupante frecuencia el cuidador no se mantiene ajeno a sentimientos de ansiedad, depresión, soledad e incluso abandono. Casi la mitad de los cuidadores no tienen la suficiente cantidad de horas de sueño continuo y reparador, lo que los hace sentirse cansados, presentar alteraciones en el manejo de sus emociones y llevar una mala calidad de vida. Mantener esto por mucho tiempo sin colapsar resulta prácticamente imposible, convirtiéndose esto en una paradoja pues es precisamente tiempo lo que se anhela al enfrentar el cáncer.
Muchos cuidadores reconocen que en algún punto del proceso asumieron más responsabilidades de las que podían sostener, otros tantos expresan que desearían haber pedido ayuda más pronto. Es fundamental que como cuidador puedan encontrarse momentos de reflexión y autoanálisis donde el individuo se permita ser honesto consigo mismo, identificar sus necesidades y reconocer los límites de sus capacidades para servir de manera saludable a su ser querido.
El vínculo que se desarrolla entre el cuidador y quien recibe el cuidado es estrecho e intenso, en ocasiones es difícil para el cuidador recibir ayuda. Para aquel que asume la tarea de preservar a un ser querido es engorroso delegar sus responsabilidades a alguien más. Es común que los cuidadores alberguen la idea de que nadie puede hacer las cosas exactamente como se necesitan o que la labor es demasiado ardua y por tanto no debe ser cargada en nadie más. Sin embargo, compartir este proceso con otros que quieran ayudar es de beneficio para todos.
Al desempeñarte como cuidador principal de un paciente con cáncer, o cualquier otra enfermedad crónica, desgastante o terminal, recuerde que al buscar y aceptar la ayuda de otros también puede ayudar a su ser querido; usted gozará de un mejor estado de salud, su ser querido sentirá menos culpa de todos los sacrificios que reconoce que usted hace para cuidarlo y le permite a los demás ser útiles y atesorar esos momentos compartidos con aquel que necesita la atención.
La costumbre de cuidar a otra persona puede ser tanta que es difícil cambiar de enfoque; pero, mientras ayude a su ser querido, también debe cuidar de su persona. Esto significa visitar al médico cuando lo necesite, dormir lo suficiente, hacer ejercicio, alimentarse bien y seguir su rutina normal cuando sea posible. Cuidar de sus propias necesidades, esperanzas y deseos le ayudará a encontrar la fuerza que necesita para seguir adelante.